Me crié en bares. Los pantalones impecables de mi padre eran
mi referencia y el mostrador la gran muralla china de mi infancia kitscheana.
Ahora que ya no existen, debo admitir que tuvieron en este mundo sus 15
largos minutos de fama. En ellos encontré a Klimt y Warhol tomando cerveza alrededor de la medianoche. También
al resto de la historia del mundo que transcurrió desde aquélla primavera hacia el
invierno violeta con las manos entumecidas y todos los sueños.
Eran los bares una kermés de ilusiones, una mise en abyme; la copia
interior de un estilo existente, una cirugía estética.
Todo ya había sido creado. Giuseppe Arcimboldo, Hitchcock y Chandler
a menudo aparecían por el bar de la esquina a explicarse con mi viejo, de qué
manera se perdían los bueyes, y me iniciaban en el estudio de los mecanismos
del universo.
Otros tópicos usuales eran “Los cien pájaros volando” o el “Rey tuerto”.
Pero las cosas verdaderamente idas dejan lugar o un agujero negro que
todo lo traga.
Una zigzagueante luminosidad idiota y violenta a la vez.
Temida como el infierno que ya tampoco existe.
Dejo para los amigos este tornasolado poema de Tristán.
TU RICO BAR BI
TU
BAR BI RICO
RICO
BI TU BAR
TU BI
RI BARCO
LO BI
BAR TURI
TU
CORI BIBAR
COTUR IBAR BI
TU BAR BICO TU
TU BAR BICO YO
BI TU RICO BAR
Andy Warhol. Gold Marilyn Monroe. 1962. Synthetic polymer paint, silk-screened, and oil on canvas. The Museum of Modern Art, New York.