sábado, 7 de mayo de 2016

La tormenta después de la tormenta
























¡Cuántos no
y cuantos si!
tanto trepar y caer de inocente condenado tras las
         nuevas Tablas de la Ley no escrita en la montaña
para imponer humana caligrafía impresa a golpes
         de uñas de rebeldía
y restos de dignidad frecuentemente envilecida.

En bajorrelieve y cripta están escritas las líneas de
         mi vida grabadas quizá con dudosa inteligencia
         por mente obesa que jamás logró ser fría.
Cualquier canto resultaba suficiente para admitir la
         noche a ojos cerrados;
lo que ésta solía traer consigo no es difícil de 
         adivinarlo;
temblor de sexos clavando su pezuña en mi
         garganta;
y una inconfundible miel de avispa enardecida
         colmando el corazón que se desvivía,
         saboreándola.
Siguiéndome los pasos,
el hurón de la especie husmeando rastros de sangre
         hasta el fin de la novela,
trágico remate que no acepta más desenlace que el 
         que a todos nos aguarda por igual
         al concluir el entredicho.
Muchos,
muchos episodios se diluyeron en viento de 
         tormenta
y de kilómetros,
que también son tiempo de distancia,
mientras el agua se hacía hielo ante la proa del 
         navío
que era mi camino,
aunque ninguna travesía resulte consoladoramente
         eterna.

El motín gesta aún su trámite en el fondo de la
         sentina
o como quiera llamársela.






"La tormenta después de la tormenta", Carlos Latorre.
"El estudio rojo", Henri Matisse.