domingo, 21 de junio de 2009

Tejiendo voces


Casa de Fernando Pessoa en Durban, Sudáfrica.
Hay una escena que se repite en la historia y en las culturas: las manos toman un libro, lo abren y los ojos se acercan al texto, que de a poco se va desplegando maravilloso ante nosotros.
Sus páginas nos abren un mundo de posibles, de sitios verosímiles, donde los relatos nos traen personajes, conflictos, sensaciones, misterios, engaños, búsquedas e infinitos elementos que se vuelven a esconder entre las páginas, cuando los ojos llegan a la última letra y las manos cierran el libro. Cada autor nos brinda con sus obras esa posibilidad. Ese viaje, si se quiere, por esos mundos infinitos, creados como ficción por una mente que debe limitarlos a las dos tapas de un libro, varios miles de caracteres de tinta y otros tantos números de página.
¿Cuándo mueren esos mundos? Nunca, están siempre allí dentro, esperando el momento de desplegarse frente a nuevos testigos.
¿Cuándo muere el autor? ¿Cuándo el cuerpo? No, muchos autores nos han hablado de la posteridad, de la inmortalidad de un autor a través de sus obras. Como si la literatura fuera su acceso a un porvenir de tinta e infinitas lecturas, que va más allá del tiempo y del olvido.


El 13 de junio de 1888 nació en Lisboa, un hombre que años después se convertiría en un escritor que rompió con esa escena. Un escritor que desplegó a través de su escritura una multiplicidad de espacios y mundos posibles que terminaron excediendo su propia obra literaria y a sí mismo.
Les estoy hablando de Fernando Antonio Nogueria Pessoa, el que nunca podremos conocer verdaderamente, el más portugués y el más universal de los poetas de su siglo, el que en vida publicó un sólo libro y dejó manuscritos en un baúl, el que tuvo un sólo amor y vivió solo pero nunca solo.




Tumba de Pessoa, Monasterio de los Jerónimos, Lisboa.


Su rasgo primario fue la despersonalización en la figura de innumerables heterónimos y semi-heterónimos, dando voces, a través de innumerables formas, a la amplitud y complejidad de sus pensamientos, conocimientos y percepciones de la vida y el mundo.
 
Lo curioso, es que la palabra "pessoa" conlleva en sí el simbolismo de este aparente desbordamiento de asumir plenamente varios personajes. Significa "persona" y su origen etimológico se relaciona con las máscaras de teatro de los actores clásicos que se utilizaban para la representación de diferentes personajes. Los heterónimos eran diferentes personas a las cuales Pessoa daba un nombre, una biografía, un retrato físico completo, un compendio de caracteres morales, intelectuales e ideológicos más un horóscopo (era un seguidor del ocultismo y la astrología).
 
Cada cual con una actividad literaria definida:

Manuscrito de Fernando Pessoa.

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"Soy una especie de baraja, de naipe antiguo e incógnito, la única que queda del mazo perdido. No tengo sentido, no sé de mi valor, no tengo con qué compararme de algún modo, no tengo nada que sirva para que me conozca. Y así, en imágenes sucesivas en las que me describo -no sin verdad pero con mentiras-, voy quedando más en las imágenes que en mí, diciéndome hasta ya no ser, escribiendo con el alma como tinta, útil tan sólo para escribir con ella. Pero cesa la reacción y de nuevo me resigno. Vuelvo en mí a lo que soy, aunque yo no sea nada. Y algo así como lágrimas sin llanto arde en mis ojos secos, algo así como angustia que no hubo me oprime dispersamente la garganta seca. Pero entonces ya ni sé que fue lo que lloré, en el caso de que hubiera llorado, ni porqué fue que no lo lloré. La ficción me acompaña como mi propia sombra. Y lo que quiero es dormir."





Fernando Pessoa caminando por una calle de Lisboa.

Es importante recalcar que cuando hablamos de heterónimos no estamos refiriéndonos a seudónimos, ni a un juego de desdoblamiento emocional, sino a individuos distintos del propio autor: Fernando Pessoa -ortónimo-.
 
Cada uno de ellos parecía tener una misión poética clara y definida: el "poder de despersonalización" se lo otorgó a Alberto Caeiro, la "disciplina mental" a Ricardo Reis, y "toda la emoción que no debo ni a mí ni a mi vida" fué para Alvaro de Campos; sus tres heterónimos más importantes, que se manifestaron en su vida a partir del año 1914.
 
Pessoa fue todos y cada uno de ellos.

Fue Alberto Caeiro, un poeta sensualista y pagano, el maestro de todos, nacido un año después que Pessoa en Lisboa. Vivió toda su vida en una aldea del Ribadejo, en la casa de una tía abuela. Era solitario y contemplativo. Rubio, pálido, con unos enormes ojos azules y de estatura media. Escribía poemas elegíacos e ingenuos. Para Pessoa era "un ojo que observaba" el paso de la vida y "una voz que enseñaba" a todos los demás heterónimos y a él mismo. Era el poeta de las sensaciones, de la naturaleza, de todo lo antimístico. Murió de tuberculosis un año después de su aparición en la obra literaria de Pessoa, con el poema "El guardador de rebaños".

También fue el futurista Alvaro de Campos, el discípulo urbano, nacido en Tavira en 1890; ingeniero naval de profesión, autor de "Opiario" (diario de su viaje a oriente, dedicado al amigo Mario de Sá-Carneiro). Era el poeta nihilista, decadente y vanguardista. Se cree que era homosexual y que se introdujo de tal manera en la vida de Pessoa que arruinó su relación con el único amor de su vida: Ophélia.
Era alto, de cabello liso negro, vestía impecable y usaba monóculo. Se manifestaba como el típico representante de cierta vanguardia de la época: era burgués y antiburgués, refinado y provocador, irónico, impulsivo, neurótico y angustiado. Murió en Lisboa, el mismo día que Pessoa con "el corazón roto como un recipiente vacío".


También fue el helenista y horaciano Ricardo Reis, del cual no se tiene una única fecha de nacimiento, pero sí se sabe que fue educado en un colegio de jesuitas, fué médico de profesión y sostenía una ideología muy conservadora con ideas monárquicas. De hecho, cuando se instauró la República Portuguesa, Ricardo Reis se exilió en Brasil. Escribía odas pindáricas y poemas horacianos. Era el más parecido físicamente a Pessoa: moreno, de estatura media, encorvado con apariencia de judío portugués.


Por último, entre los otros heterónimos, asumió la voz del acongojado Bernardo Soares, del que no se conservan fechas, del que se sabe que era ayudante de contabilidad en Lisboa y que conoció a Pessoa en una pequeña casa de comidas que llevaba el nombre del poeta. En aquéllas mesas, cenando, Bernardo le contaba sobre sus proyectos literarios y sus sueños. Fué el autor del "Libro del Desasosiego", visto por los estudiosos como un libro que nunca existió y nunca podrá existir. Richard Zenith, en la introducción al libro de una de las ultimas ediciones, plantea: "Lo que tenemos aquí, no es un libro sino su negación y subversión, el libro en potencia, en plena ruina, el libro-sueño, el libro-desesperación, el anti-libro, más allá de toda literatura. Lo que tenemos en estas páginas es el genio de Pessoa en su momento cumbre".


Bernardo Soares, escultura en hormigón realizada por Antonio Seco.

En una carta fechada en 1914 Pessoa escribe: "Mi estado de espíritu me obliga ahora a trabajar mucho, sin querer, en el Libro del Desasosiego, pero todo es fragmentos, fragmentos, fragmentos".

A sus cinco años, murió el padre enfermo de tisis. Se llamaba Joaquim de Seabra Pessoa, era un general que trabajaba en el Ministerio de Justicia y además era crítico musical. Su madre, María Magdalena Pinheiro Nogueira, conoció un año después al comandante Juan Miguel Rosa, quien fue nombrado cónsul interino en Durban, Sudáfrica, y con el que se casó dos años más tarde.
 
En el año 1896 la familia se traslada a Durban y allí recibió educación inglesa, se crió y vivió hasta los 17 años, edad en la que retornó a su Lisboa natal.
 
En 1908 comenzó a trabajar en una oficina como traductor comercial en inglés y francés, profesión que desempeñaría a lo largo de toda su vida.
Su carrera literaria comenzó alrededor de 1912, cuando se incorporó al grupo saudocista acaudillado por Teixeira de Pascoaes llamado "Renascenca Portuguesa". De allí surgió una revisa "A agula", en la que participó activamente con la publicación de poemas y artículos. Por esa misma época escribió en las revistas "Orpheu", "Centauro", "Exilio" y "Portugal futurista", íconos del modernismo portugués.
 
De esa misma época se conservan manuscritos enmarcados en la llamada escritura automática o mediúmnica. Esta práctica se inició en la segunda mitad del siglo XX, como una forma de comunicarse con el espíritu de los muertos. Era practicada generalmente en pequeños grupos, con la ayuda de tableros donde se apoyaba un lápiz que se movía sobre el papel bajo la ligera presión de los dedos de los participantes. 

Más adelante, este procedimiento fué adoptado por los surrealistas franceses, que veían en él un método para producir literatura directamente salida del subconciente.
 
La escritura automática continuó surgiendo en los papeles de Pessoa, a veces al lado de un poema, o al dorso de uan página, sirviendo siempre como instrumento de auto-indagación para el generador de heterónimos, el incansable médium de sí mismo.



Baúl de Fernando Pessoa, encontrado en su departamento de la Calle de los Douradores. (Legado manuscrito).

En el año 1934 publicó su único libro el vida: "Mensajem", que presentó al premio literario "Antero de Quental" y quedó en segundo lugar. Se trata de una epopeya asociada a cierto nacionalismo literario, cuyo título es una contracción de "Mens agitat molem" (el espíritu es quien guía la materia).
Un año después, fue internado a fines de noviembre en el Hospital Sao Luiz dos Franceses por un cólico hepático y dos días después murió.
 
Su última frase escrita en lápiz fue: "I know what tomorrow will bring" (Sé lo que el mañana traerá).
 
Mucho tiempo después se halló en su departamento un baúl con cientos de textos manuscritos. Se lo llamó "Legado Manuscrito" y actualmente se encuentra custodiado por las autoridades de la Biblioteca Nacional de Lisboa. Entre estos papeles, se encuentran "El libro del desasosiego", "La hora del diablo" -un diálogo fascinante entre Satán y María, madre de Jesús-, "Eróstrato y la búsqueda de la inmortalidad" -un ensayo sobre la inmortalidad inspirado en la figura de Eróstrato, un griego que tenía la pretensión de perdurar en el tiempo-, "La educación del estoico" -de uno de sus semi-heterónimos que se va a suicidar y arroja al fuego las páginas de su diario íntimo-, "El banquero anarquista" -publicado en vida en una revista de Lisboa-, "Aforismos y otros textos" -una recopilación escrita en su mayor parte en inglés- y "Ficciones del interludio" -una antología poética personal preparada por él mismo.

Fernando Pessoa (Lisboa 1888-1935)

Fernando Pessoa escribía de noche, porque los fantasmas de sus heterónimos lo mantenían en velo. Siempre lo hacía parado, sobre un estante de madera. Salía al mediodía, iba al mismo café de siempre -donde se levantó en su honor, una estatua en tamaño real sentado en una mesa- pedía ginebra y al terminar la bebida se marchaba. No tenía horarios fijos en la oficina. Firmó hasta con 72 heterónimos, aunque cuatro hayan sido los más importantes. Fué un escritor múltiple, un hombre superado por su obra y su mente: "Soy como un cuarto con innumerables espejos fantásticos que dislocan hacia reflejos falsos una única central realidad que no está en ninguno y está en todos".
 
Fernando Pessoa, el que fué muchos y el que nunca dejará de ser; gracias a una suerte de viviente metonimia, preside invisiblemente cada una de nuestras lecturas.